Organizar soluciones desde abajo. Autogestión.

Autogestión. En el cidoc no pretendemos guiar, sino acompañar los movimientos comunitarios, escuchando y aprendiendo de los actores de cada caso particular. Uno de los equívocos más frecuentes de la crítica de Illich a la organización de la educación, es suponer que desescolarizar significa la simple desaparición de la escuela, para transformarla en una versión progresista y alternativa. ¡No es así! Desescolarizar significa descolonizar nuestras mentes al sometimiento forjado por la educación capitalista. No se trata entonces, como señala con lucidez en este video Gustavo Esteva, de buscar educaciones alternativas, sino de encontrar alternativas a la educación. Iván Illich nos previene:

Incluso la creación a retazos de nuevos organismos educativos que fuesen lo inverso de la escuela sería un ataque sobre el eslabón más sensible de un fenómeno ubicuo, el cual es organizado por el Estado en todos los países. Un programa político que no reconozca explícitamente la necesidad de la desescolarización no es revolucionario; es demagogia que pide más de lo mismo. Todo programa político importante de esta década debiera medirse con este rasero: ¿hasta dónde es claro afirmar la necesidad de la desescolarización —y qué directrices ofrece para asignar la calidad educativa de la sociedad hacia la cual se encamina?

La lucha contra el dominio que ejercen el mercado mundial y la política de las grandes potencias puede estar fuera del alcance de ciertas comunidades o países pobres, pero esta debilidad es una razón más para hacer hincapié en la importancia que tiene liberar a cada sociedad mediante una inversión de su estructura educativa, cambio este que no está más allá de los medios de ninguna sociedad.

Iván Illich, un humanista radical, Ediciones La Llave, Barcelona, 2016, p. 153.


En la actualidad es difícil imaginar un consenso sobre austeridad. La razón que generalmente se da para la impotencia de la mayoría se estipula en términos de clases económicas o políticas. Lo que generalmente no se entiende es que la nueva estructura de clase de una sociedad escolarizada está todavía más controlada por los intereses creados. No cabe duda que la organización imperia- lista y capitalista de la sociedad proporciona una estructura social en la que solo una minoría puede influir desproporcionadamente sobre la opinión efectiva de la mayoría. Pero en una sociedad tecnocrática el poder de una minoría de capitalistas del conocimiento puede evitar la formación de una opinión pública real a través del control del know-how científico y de los medios de comunicación. Las garantías constitucionales de la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de reunión, tenían el propósito de asegurar un gobierno del pueblo. En principio, la electrónica moderna, las prensas de foto-offset, las computadoras y los teléfonos han proporcionado las herramientas que podrían dar un significado enteramente nuevo a estas libertades. Por desgracia estas cosas se utilizan en los medios modernos de comunicación para incrementar el poder de los banqueros del conocimiento para canalizar sus paquetes de programas a través de cadenas internacionales a más gente, en lugar de utilizarlos para aumentar las verdaderas redes que proporcionan iguales oportunidades para una reunión de los miembros de la mayoría.

La desescolarización de la cultura y la estructura social requieren el uso de tecnología para que la política de participación sea posible. Solo con base en una coalición de la mayoría podrán determinarse los límites a los secretos y al poder creciente sin dictadura. Necesitamos un nuevo ambiente en el que el desarrollo sea sin clases, o tendremos un «mundo feliz» en el que el Big Brother nos eduque a todos.

Iván Illich, un humanista radical, Ediciones La Llave, Barcelona, 2016, p. 109


A la izquierda de la educación escolarizada

Hasta los deseos y los temores están moldeados institucionalmente. El po- der y la violencia están organizados y administrados: las pandi- llas, frente a la policía. El aprendizaje mismo se define como el consumo de una materia, que es el resultado de programas investigados, planificados y promocionados. Lo que allí haya de bueno, es el producto de alguna institución especializada. Sería tonto pedir algo que no pudiese producir alguna institución. El niño de la ciudad no puede esperar nada que esté más allá del posible desarrollo del proceso institucional. Hasta a su fantasía se le urge a producir ciencia ficción. Puede experimentar la sorpresa poética de lo no planificado solo a través de sus encuentros con la «mugre», el desatino o el fracaso: la cáscara de naranja en la cuneta, el charco en la calle, el quebrantamiento del orden, del programa o de la máquina son los únicos despegues para el vuelo de la fantasía creadora. El «viaje» se convierte en la única poesía al alcance de la mano.

Como nada deseable hay que no haya sido planificado, el niño ciudadano pronto llega a la conclusión de que siempre podremos idear una institución para cada una de nuestras apetencias. Toma por descontado el poder del proceso para crear valor. Ya sea que la meta fuere juntarse con un compañero, integrar un barrio o adquirir habilidades de lectura, se la definirá de tal modo que su logro pueda proyectarse técnicamente.


¿La escuela ha muerto? ¡Dejémosla descansar en paz!

1. De nada me servirá ofrecer una ficción detallada de la sociedad futura. Quiero dar una guía para actuar y dejar libre curso a la imaginación. La vida dentro de una sociedad convivencial y moderna nos reserva sorpresas que sobrepasan nuestra imaginación y nuestra esperanza. No propongo una utopía normativa, sino las condiciones formales de un procedimiento que permita a cada colectividad elegir continuamente su utopía realizable. La convivialidad es multiforme.

2. No he de proponer aquí un tratado de organización de las instituciones, ni un manual técnico para la fabricación de la herramienta justa, ni un modo de empleo de la institución convivencial, desde el momento en que no pretendo vender una tecnología «mejor», ni soy propagandista de una ideología. Solo espero definir los indicadores que hacen guiños cada vez que la herramienta manipula al hombre, con el fin de poder proscribir la instrumentación y las instituciones que destruyen el modo de vida convivial. Este manifiesto es pues guía, detector para utilizarlo como tal. La paradoja es que, actualmente, hemos alcanzado un nivel anteriormente impensable en nuestra habilidad de instrumentar la acción humana y que, por lo mismo, es justamente en nuestra época cuando resulta difícil imaginar una sociedad de herramientas simples, en donde el hombre pudiera lograr sus fines utilizando una energía puesta bajo su control personal. Nuestros sueños están estandarizados, nuestra imaginación industrializada, nuestra fantasía programada. No somos capaces de concebir más que sistemas de hiperinstrumentalización para los hábitos sociales, adaptados a la lógica de la producción en masa. Casi hemos perdido la capacidad de soñar un mundo en donde la palabra se tome y se comparta, en donde nadie limite la creatividad del prójimo, en donde cada uno pueda cambiar la vida.

El mundo actual está dividido en dos: están aquellos que no tienen lo

suficiente y aquellos que tienen demasiado; aquellos a quienes los automóviles sacan de la carretera y aquellos que conducen esos mismos vehículos. Los pobres se sienten frustrados y los ricos siempre insatisfechos. Una sociedad equipada con el sistema de rodamientos a bolas (menor fricción en el rodaje) y que rodara al ritmo del hombre sería incomparablemente más autónoma que todas las sociedades programadas del presente. Nos encontramos en la época de los hombres-máquina, incapaces de considerar, en su riqueza y en su concreción, el radio de acción que ofrecen las herramientas modernas mantenidas dentro de ciertos límites. En su mente no hay un lugar reservado para el salto cualitativo que implicaría a una economía en equilibrio estable con el mundo. En su cerebro no hay un hueco para una sociedad liberada de los horarios y de los tratamientos que les impone el crecimiento de la instrumentalización. El hombre-máquina no conoce la alegría que tiene al alcance de la mano dentro de una pobreza querida; no conoce la sobria embriaguez de la vida. Una sociedad en donde cada uno apreciara lo que es suficiente sería quizás una sociedad pobre, pero seguramente rica en sorpresas y libre.

Iván Illich, un humanista radical, Ediciones La Llave, Barcelona, 2016, p. 301


Si es extiende la luz,

toma la forma,

de lo que está inventando la mirada.

(JEP)